Ayer, 11 de Agosto fue mi Cumpleaños nro. 28 (gracias a todo los hermosos que me saludaron e hicieron llorar) y decidí que este año, por primera vez, quisiera pedir me regalaran un gesto que sola no puedo hacer. No quiero regalos (Maggie eso va para ti), ni asados (Matias), ni comidas exquisitas en el mejor restaurant de Italia (Julio y Pia), ni onces hermosas en Valparaíso (Maca), ni nada. Solo quiero que me ayuden a regalarle un par de zapatos a John.
Quién es John? Aquí voy:
Me interesó ir a la Montaña de los siete colores por recomendaciones y por las fotografías. Pero, me intereso más porque todos comentaban que es un destino nuevo, no explotado, que recién comienza a abrir sus puertas para quien desee encantarse con el color de la tierra.
El trekking dura dos horas y media desde el ingreso o media hora (quizás un poco más) a caballo guiado por su dueño local. La travesía es caminar siempre en subida disfrutando los tonos de los minerales que le otorgan vida y color en completa simetría a estas increíbles montañas. Ver más sobre Winicunca aquí.
Llegué a la cima! creyendo haber subido el Everest, felicitándome por tan gran logro personal, sintiéndome la mujer mas bacán de todas, con solo un poco de aire en los pulmones, insolada, con hambre, con un cansancio físico considerable, con las manos quemadas por el frío (no llevé guantes), sin sentir los pies como por 10 minutos, con dolor de cabeza y apunada total, pero aun así: “Indignamente Feliz”. En este patético escenario, aterrizando de mis felicitaciones mentales, veo a tres niños jugando a la pinta (no se cómo se dice pinta en otros lugares del mundo, pero consiste en correr hasta que tu compañero te atrape y toque alguna parte de tu cuerpo diciendo: “pinta”).
En ese instante sentí una humillación secreta y una vergüenza general por el bulto que tengo como cuerpo, que llego en su peor estado a los 5.200 metros sobre el nivel del mar. Pensé: Será posible que estos niños tengan dos pulmones como yo?
Uno de esos tres niños que corría a mi alrededor jugando – humillándome – fue John, que en segundos al verme, comenzó a ofrecer: Chocolates, té de coca, cerveza cusqueña y snickers. Ese es su trabajo, además de ser hábil con los números y monedas en cualquier idioma, su trabajo es vender a 5.200 m s. n. m. sus “salvadores” productos, todos los días.
Tiene ocho años, es tímido pero aun así me dejo fotografiarlo, es chistoso y se rió de mis tradicionales chistes aburridos, es un excelente vendedor, es despierto y está atento a cualquier posible comprador que pase por su puesto. Ese es John, posiblemente el mejor jugador de la pinta, el mejor vendedor y el mejor fotógrafo (porque con los minutos me pidió usar la cámara y sí que saco buenas fotos). El es todo eso y mucho más, pero ante todo es un niño y estos son sus pies dañados (foto nro.4).
No voy a cambiar la realidad de John y no es mi intención hacerlo. Solo quiero que el sepa que hay zapatos que pueden proteger sus pies de ese hielo y que puede correr, jugar y vender sin dañar su piel. Puedo comprarle muchos zapatos a John y jamás cambiare su vida (no es lo que pretendo), solo quiero que conozcan su realidad, solo conocerla.
El motivo de esta historia y de todas mis lateras historias, no es más que generar consciencia, porque afuera de tu realidad, creas o no, vive gente hermosa que merece más de lo que tiene. Creo, firmemente, que si no viajas para crear lazos y enamorarte de otras culturas y personas, entonces es mejor no viajar.
Gracias por leer. En serio, gracias desde ya, solo por leer.