Me sentí en pleno año 1.890, escuchando las historias de un emocionado nieto e hijo de minero, relator de cómo vivían y morían los trabajadores del carbón en las peores condiciones humanas, en una de las pocas minas del mundo con ventilación natural, bajo el imponente Océano Pacifico. Agradecí que Hector y Francisca sugirieran ir hasta Lota, en la Región del Biobío. Agradecí haber leído Sub Terra y agradecí que nos dejaran sacar carbón con nuestras propias manos, para traerlo hasta mi casa y poder contar todo lo que vi y sentí, en primera persona.
(…) ¡Cuántas veces en esos instantes de recogimiento, habría pensado, sin acertar a explicármelo, en el por qué de aquellas odiosas desigualdades humanas que condenaban a los pobres, al mayor número, a sudar sangre para mantener el fausto de la inútil existencia de unos pocos! ¡Y si tan sólo pudiera vivir sin aquella perpetua zozobra por la suerte de los seres queridos, cuyas vidas eran el precio, tantas veces pagado, del pan de cada día! (…)
El Chiflón del Diablo, Sub Terra.