No es romántico, es melancólico. Fuera de lo turístico (aquí es donde te preguntas que no es turístico) te encuentras en una ciudad en donde al encontrar un parisino debes pedir un deseo. Por el frío, conocí muchos cafés y con mi poco presupuesto el metro era casi un lujo.
Un París tan fashionista no es lo que pensé encontrar, aquí la regla de “Menos es más” no aplica, más siempre será más y mucho más será mucho mejor. Mujeres con plumas en la cabeza, hombres con tacos, niñas princesas, perros extravagantes y perros que no parecían perros. Nadie da boletas por nada, en el metro hay música para asombrarse en cada estación, hay tantas librerías como en Chile farmacias y todo lo que diga “París” vale más de 10€ . Lo grato de un francés, es que hablan bajito y despacio, como si cada palabra fuera pre-seleccionada en los pensamientos.
Al segundo día conocí la Torre, 1.000 años antes de que yo naciera hicieron un monumento a la arquitectura que, iluminado cada hora con un gran festín de luces después de las 18:00 hrs. te recuerda la melancolía de estar en un continente en donde no siempre te sientes bienvenido. Se demoraron dos años en hacerla, como no sentarse a admirarla, rodeada de palomas fue por lejos mi mejor panorama, además de visitar los lugares típicos como la calle de los pintores, la Gare de Montparnasse, el Sacre Coeur, los Jardines de Luxembourg, Lafayette y Notre Dam en época de Navidad y el café de Amelie. En París compre unas orejeras y otro par de guantes, porque realmente es el único lugar en donde sentí la necesidad de usarlos todo el tiempo, el clima no nos acompañó por la época del año pero las ganas de recorrerlo todo nunca se fueron.
Lo mejor de París se llama: Pompidou. Y si, a tu visita la acompañas con un pain du chocolat puedes morir en paz.
Nota: Mi cámara de estos años no era la mejor, pero aun así estas son mis fotos favoritas.