Para coronar el viaje que me llevo hace dos meses atrás a Francia, decidí viajar a África. Pude conocer en París a Youcef quien me invito a conocer su país y parte de su cultura durante un par de semanas, no dude en aceptar su invitación.
Desde Madrid y solo con mi mochila (nada de equipaje) llegue a Rabat (capital) en donde encontré a mi amigo y a Jalal, luego nos fuimos en tren estilo Indiana Jones a Marraquesh. En algún lugar del viaje se perdieron los cubiertos porque desde ese entonces aprendí a comer con la mano y los dedos fueron mis nuevos tenedores, la servilleta se reemplazó por el papel, los euros por los dirham, la ropa por las telas (no yo), las zapatillas por los zapatos bajos (mitad pantuflas mitad alpargatas) y todo tipo de vestuario que mostrara mis hombros se quedó guardado en la mochila.
El desayuno típico era un rico y fuerte té de especies con muchos tipos de pastelitos dulces. Después de esa recarga de azúcar matutina solo me quedaba caminar para aprender algo en cada esquina que avanzábamos. Mi apetito cambió y tuve que probar de todo incluso carnes de dudosa procedencia, por suerte mi guatita me acompaño en todo momento. Me llamaron la atención varias cosas, como el tiempo que dedican a sus rezos, las alfombras con brújulas (o qiblah) que usan para no perder el norte de donde se encuentra la mezquita, la cantidad de símbolos que tiene el Islam como religión oficial y sus extraordinarias reglas, lo picante de sus comidas, aprender a admirar el Atlántico, la artesanía en general, las telas, los tatuajes de henna en las manos y pies de las mujeres como única manera (además de sus pintados ojos) de llamar la atención de los hombres, el machismo en las calles, los burros como medio de transporte, los motociclistas sin casco llevando a su familia entera arriba de una misma moto (papá, mamá, hijos y bebe) la luz de la ciudad, los marcos de las puertas, la arquitectura de las casas, los juegos tradicionales en cartas y que se escribiera de derecha a izquierda, letras que parecen una obra de arte. Casi me muero cuando compre mi primer periódico.
En este destino me enamore del sonido del Sitar, instrumento tradicional de India pero que descubrí en las calles de Rabat. Desde ese entonces elegí que sería mi melodía favorita, más aun cuando note que es el instrumento que usa The Beatles en Love you to y Nowergian Wood.
La ida fue un odisea para finalizar mi primer gran viaje, el primero de tantos, el pie inicial para decidir que esto es lo que quería hacer el resto de mi vida: Viajar y crecer viajando. Por qué fue una travesía? porque de Marrakesh volé Madrid, dormí un par de horas en el aeropuerto y tome el vuelo de madrugada que me llevo a Paris de Beauvais, de ahí un bus de acercamiento que me llevo el metro para llegar a Marie de Clichy (al hostal en donde me quedaba para buscar el resto de mi equipaje). Una vez que recupere todas mis cosas, comí algo rápido en el camino con mis últimos euros y me fui al aeropuerto Charles de Gaulle, tome el avión (que hizo escala en Madrid) para llegar a Santiago de Chile, de ahí un bus a la estación de pajaritos, un bus a Viña del Mar y finalmente luego de casi tres días de viaje un colectivo hasta 8 norte. Toque la puerta y mi mamá (quien me esperaba un día después) me recibió con un: ¡Hijita mía llegaste!
El viaje se había terminado.