>  Chile   >  Publiqué mi primer libro!

Después de tantos meses encerrada, algo de mi tenía que viajar. Este año no me podré mover por el mundo, pero mi libro sí. Y en su primera semana en Amazon, ya llegó a Israel, Colombia y Panamá. Este año soy un libro y así comienzo:

 

 

De Valparaíso a Francia

Viajar y disfrutar del mundo. Si tienes sueños grandes es porque tu capacidad de lograrlos también lo es y claro que la vida te pondrá obstáculos, no faltarán motivos para dejarlos, pero los límites los pones tú. Quiero decepcionar a quienes dicen que no se puede. Yo no tenía nada, solo sueños.

 

Fue a mediados de 2010 cuando comencé a buscar una empresa para hacer mi práctica profesional. Práctica que se suponía era la más importante de la carrera. Estudié Ing. en Administración Turística, y quería que fuese algo especial, algo que me hiciera vivir una lección considerable y no solo trabajar por cumplir con este requisito para poder titularme.

 

Desde que tengo memoria he soñado en grande, porque una vez leí que tenía la libertad de soñar lo que quisiera, soñar por ejemplo, que la primera vez que saliera de Chile sería a un país tan inalcanzable como Francia. Cierto es que lo único que tenía en mente era conocer Paris, pero tenía las ganas, una carpeta en mi computador con fotos sacadas de internet de la Torre Eiffel, un llavero de Paris, muchos sueños y nada más. Ni siquiera ahorros porque todo lo que ganaba trabajando era destinado a pagar mis estudios.

 

Entonces sucedió que una persona conocida, quien años después se transformaría en un pilar fundamental en mi vida, mas en esos años aún no lo sabía, me contó que tenía un familiar lejano que trabajaba en una pequeña agencia de viajes en Francia. Lo primero que le comenté fue: “Pregúntele si puedo ir a ayudar en lo que sea, si dice que no necesita a nadie, por favor insista, dígale que hago un excelente café”.

 

Fue así como el 14 de diciembre de 2010 a las 20:15 horas tomé un avión con destino a Paris. Mi primer gran desafío en solitario, con veintiún años y sin saber nada de viajes. Estaba ahí, frente a un aeropuerto que tiene un metro dentro del mismo: Charles de Gaulle. Me pareció increíble y me sigue asombrando hasta el día de hoy, los únicos metros que conocía hasta aquel tiempo, era el de Santiago y el de mi región, desde Valparaíso a Limache que atraviesa cinco ciudades, pero un metro ¡en un aeropuerto!

 

Mis escasos conocimientos de francés me hacían tomar atención a todas las conversaciones de pasillo, me quedé mucho tiempo en silencio escuchando esa delicada pronunciación que por primera vez tenía la fortuna de oír, observando el enorme techo, los macro letreros informativos acompañados de publicidad, las luces tan brillantes, la señalética en dos idiomas, el sonido de los tacones de las mujeres de la tripulación caminando al lado mío, por todos lados veía tiendas de ropa y de carteras que parecían lujosas. No sabía si estaba en un mall o si seguía aún en el aeropuerto, me rodeaban cafeterías minimalistas, librerías que te invitaban a entrar para perderte entre revistas de moda, diarios y libros, tiendas con todo expuesto, no había rejas o artículos en cajas. Era mi primera vez en un lugar tan internacional, diseñado a la perfección para que donde miraras fuera agradable a la vista. Tenía ganas de enderezar la espalda porque nadie puede encorvarse en tan considerable lugar, con tantas culturas paseando, tantas historias para averiguar y un idioma que era como música para mis oídos. Observé hombres que vestían con plumas, niñas con vestidos adorables y las personas más altas que jamás vi. Me rodeaban mujeres con un tono de piel tan oscuro y precioso que llegaba a verlas de color morado, me atraían esos nuevos colores, quería abrazarlas, presentarme o que alguien me despertara, pero que alguien hiciera algo. ¿Qué hace una porteña en la ciudad de las luces? Me preguntaba, y ni siquiera estaba en la ciudad, seguía en el aeropuerto.

 

La primera misión casi imposible fue salir en transfer hacia Montparnasse, para luego tomar un tren y llegar al destino. Repetí ese nombre unas diez veces por la sutileza de pronunciarlo; porque combina la sutil “T”, con la fuerte “R” que se pronuncia como “G” y termina en un delicado susurro de “S” ¡Montparnasse!

 

Desde este terminal debía tomar el tren hacia Poitiers, que se pronuncia: “puatie” sin mover mucho los labios y listo.

 

El ticket de tren lo compré con anterioridad para conseguir el precio más económico. Todo planificado con los boletos impresos en una carpeta amarilla, que cuidé con mi vida, muy ordenado como era habitual. Pero no consideré todo el tiempo que estuve inmóvil en el aeropuerto, sin hacer nada productivo más que mirar, las dos veces que me equivoqué al tomar mal el metro dentro del mismo. Y cuando lo tomé bien me pasé de estación porque me quedé viendo a un niño que discutía con su madre, me pareció gracioso escuchar un idioma nuevo con dos personas enojadas y sumando a esto, el caos en el tráfico de la ciudad en hora punta, que retrasó el transfer hasta la estación. Había tanto ruido que no podía concentrarme en nada. No consideré el verdadero ritmo de la vida y perdí el tren que me llevaría a la nueva ciudad.

 

Al llegar a la estación, miré mi reloj y me di cuenta que tenía un retraso de media hora. La pronunciación de mis primeras palabras en francés incluyó un leve tartamudeo y mucho nerviosismo. Podía sentir como mis manos sudaban y la garganta se me apretaba. Intenté explicarle a la señorita de la boletería que la vida hizo que me atrasara y que gracias a la vida perdí mi ticket, mientras ella masticaba chicle y se arreglaba el pelo. Lo único que quería era venderme uno nuevo, porque por ventanilla cuesta el doble de lo que en un comienzo pagué y sospecho ganan comisión, pero lo que yo buscaba era la posibilidad de que me hiciera un descuento o que me dejara subir gratis al siguiente tren, por piedad o lastima, no me importaba. En el momento que reaccioné, ante tal agobiante situación, hice lo que toda persona que intenta enfrentarse a la vida y pierde un tren, debería hacer: Me puse a llorar.

 

Me sentía valiente por estar comenzando este primer proceso de cambios y desapegos, no era un simple vuelo en un corriente viaje, era mi primer desafío fuera de Chile y quería tener todo bajo control. Gran error porque la vida, viajes después, me demostraría que vivir se trata de todo lo contrario. Quizás tenía más miedo del que podía confesar, era una manera de transformarme en guerrera, una que puede realizar cualquier sueño que se proponga, por más inalcanzable que este parezca.

 

Después de unos minutos, escuché a lo lejos que se aproximaba el tren. Una señora de avanzada edad que apenas miré me dió un pañuelo y eso se transformó en un consuelo y empujón a solucionar mi primer problema. No llevaba ni dos horas en Francia y ya tenía que improvisar. Con el dolor de mis ahorros compré un nuevo ticket, lo que significaría algo considerable. Si antes mi presupuesto era escaso, con este desafortunado evento me quede con lo justo. Por consiguiente, me subí al moderno tren, ahora con la espalda más derecha de lo que la tenía en el aeropuerto, en búsqueda de mi cómodo asiento doblemente caro, queriendo disimular la cara distorsionada que una tiene cuando llora por algo tan trágico como perder tu transporte en un país nuevo. Estaba nerviosa porque no había tenido contacto telefónico con nadie desde que salí de Chile el día anterior y no sabía si aún me estarían esperando en la estación (…)

 

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Fotografía en Baños de Agua Santa, Ecuador

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