En el frío invierno del 2009, Misiones me llevo a Pemuco, un pueblito a 45 kilómetros al sur de Chillán, en donde encontramos a Enzo, el primer niño que conocimos del barrio chino (primera foto). Casas a medio construir, calles de barro, juegos improvisados con neumáticos, gente agradecida con un corazón humilde dispuestos a escuchar y ser escuchados. Misiones es como una rehabilitación espiritual, dejas lo material por unos días y conoces historias que normalmente no creerías si alguien te las cuenta, vives la realidad de pueblos aislados, tomas de terreno de personas que solo quieren darle lo mejor a sus hijos.
Antes fue “Ven y verás” y un año después, un poco más maduros (luego de participar de la Escuela de Jefes de Caná en Santiago) y en mi tercera misión regresamos con: “Atrévete, abre los ojos, Él está contigo”.
Si todos los curas fuera como el de Pemuco el mundo sería un mejor lugar para vivir y el arzobispado tendría un gran ejemplo a seguir. Y si todas las hermanas fueran como la hermana Celina, de seguro habrían más marianos que seguidores del reggaeton.