Bali – Indonesia ③③
Bali tiene algo atípico que llamo mi atención desde la primera vez que escuche de la isla. Algo que fusiona el amor por su religión y su calendario lleno de ceremonias cada una seguida de otra, con la vida actual en pleno 2016. Sus costumbres parecen intactas, respetadas al pie de la letra no dejan nada al azar, ni siquiera la manera en que deben ser diseñadas las ofrendas por la mañana para ponerlas en frente de las casas, en el templo de la familia o el templo de seguridad a la casa que se encuentra cerca de la puerta de ingreso.
Estuve un mes, conociendo sus calles casi todas iguales, saludando a diario a quienes me llamaban Bulle (turista) todos me regalaron una sonrisa, algunos con miradas de asombro, otros más atrevidos comienzan la típica conversación: Where are you from?. Creo que eran mis caminatas en solitario lo que los sorprendía, en Bali nadie camina, recalco: NADIE. O es una moto en su mayoría, un auto o en mi caso (más escaso aun) una bicicleta, pero hasta la persona más corriente tiene un medio de transporte. Existen buses que recorren gran parte de la isla, pero los paraderos son escasos al igual que la frecuencia con la que el bus pasa.
Vi niños muy pequeños arriba de una moto, transportando niños más pequeños que ellos. Asique las motos son parte de la familia desde el día uno.
A pesar de que no son imprudentes para manejar, usan cascos y respetan los semáforos, todo Bali tiene una pista de ida, una opuesta y nada más. Asique el adelantar cuando es posible, es parte del manejo diario al igual que los eternos tacos. Yo rente una bici y fue una excelente opción para no tener que lidiar con los policías corruptos (los mismos que están en toda Asia, esos que te piden dinero, te amenazan con ir a la comisaría pero se olvidan de todo con unas cuantas rupias).
En Bali Pulina pude ver como utilizan el excrementó de un “salvaje animal” (como lo dice su cartel) que en realidad enjaulado y acostumbrado a tanto turista, es tierno y sumiso. El café es carísimo, por supuesto no lo probé. Estoy en contra de todo tipo de maltrato animal, pero fui a Bali Pulina porque es hermoso, tienen un mirador como pocos en la isla. Y si te aventuras a bajar hacia la cascada te encuentras en medio de la selva, preciosa naturaleza. No pude no asistir.
Lo mismo me paso en Monkey Forest, los monos son libres, “no tienen dueño” y son mal alimentados por los turistas a pesar de las muchas advertencias. Los mismos monos quienes intentaron robarnos nuestros bolsos (lo descuide un minuto en un árbol para sacar una foto) asique comenzaron a caerme mal y en señal de protesta nos les saque más fotos. Son estos mismo monos, los que pasan a segundo plano cuando caminas por el “parque”, las raíces de los árboles, el verde tan verde, la cascada natural, un pequeño puentecito, todo eso hace que la visita valga la pena. No por los monos, sino por el bonito lugar donde viven.
Mengwi es una localidad al sur de la isla y lo considero destino porque no es turístico y porque es donde volvería si paso por aquí otra vez. Viví en esta parte de la isla y me encanto poder hacerlo. Siempre trato de escapar de lo turístico, pero no siempre me resulta. Pero ahora le di en el clavo! Cómo?, arrendé una pequeña cabañita por Airbnb, sin internet ni agua caliente (ambos innecesarios) y gracias a ese acierto conocí a la anfitriona: Nanda.
Gracias a Nanda disfrute de los desayunos balineses sin picante, asistí a una ceremonia en donde celebraban que su sobrino se convirtió en adulto, los mejores almuerzos con su familia, todo el tiempo preocupada por mí, gracias a Nanda conocí todo lo que quise de la isla y me contó en primera persona lo que significa ser parte de todo esto, con su religión a flor de piel pude conocer su trabajo, su familia y su vida.
HORA DE ANECDOTAS
Hubo una semana en que compartí con la Kiki (amiga chilena de vacaciones en Bali), teníamos 5 días para ser turistas y conocer los puntos más interesantes de la isla a nuestro parecer, uno de esos fue ir a Singaraja que es la parte norte de la isla, a 2 horas en auto de Mengwi para deleitarnos con la libertad de los delfines. Nos pasaron a buscar a las 4am., llegamos a eso de las 6am, nos subimos a un bote tipo araña que jamás había visto, un poco angosto con capacidad de 7 personas, solo éramos las dos, nuestro chofer y quien manejaba el bote; quien se aventuraba en ir en busca de los delfines cada vez que algún turista o nosotras veía a alguna familia nadar cerca.
El increíble amanecer en el mar y a ratos encontrar a los delfines hicieron que las 3 horas mar adentro fueran increíbles. Hasta que deje de concentrarme en eso y mi cuerpo comenzó a reaccionar cada vez peor. Esto no es nuevo, he tenido problemas con el mareo desde que tengo uso de razón y los sigo teniendo. No hay destino turístico en el que allá pasado desapercibido el mareo (bus, autos, micros, botes, tuk tuk, barcos, kayak, tacitas de Fantasilandia, nada se me va!). Dentro de todas esas miles de veces que me ha pasado, creo que esta experiencia se conmemora en el ranking del top 5 de sentirme mal. Tan así, que al bajarnos no me pude mover por varios minutos y suspendí la continuidad del tour (debíamos ir a ver las cascadas y templos).
Pedí hablar con el encargado del tour (quien terminaría siendo el mismo dueño de la agencia) para acordar un nuevo precio por el servicio utilizado que correspondía al traslado, arriendo del bote, tour con los delfines y los correspondientes gastos asociados. Le explique lo mal que me sentía y que solo quería volver a casa (ya eran las 10am), sin discutir, sin cuestionar nada solo me ofreció que el chofer me llevara al hospital (a lo que rápidamente respondí con un “NO, gracias!!”), muy tranquilo me dice que entonces el servicio de hoy es gratuito, que no debo pagar y que espera me mejore pronto. Agradecí su regalo y lo sigo agradeciendo.
Trimakasi Bali. Y Bali responde: Sama sama (de nada)