Un buen martes de abril llegó Florencia a Los Ángeles y eso podía significar solo una cosa. Por fin comenzaba el viaje que dejamos pendiente en México dos años atrás, antes de que la pandemia llegará. Contar con su compañía será siempre un agrado, es como la hermana que siempre quise tener versión argentina.
La primera ruta fue desde Los Angeles a Salinas, pasando la noche en la Koranda frente a la costa de Santa Barbara.
El Monasterio de Guadalajara en México me presentó al Monasterio de Cristo Rey en San Francisco, que me presentó al Monasterio de Alhambra en Los Ángeles, que me presentó a la hermosa hermana Alejandra, quien me presento a los hermosos Giovanna, Lucas y Mochi, quienes me presentaron al Padre Stephen Watson, OCD.
Así crece esta cadena de amor, rodeada de personas increíbles que te adoptan y te hacen parte de su familia. Como si nos conociéramos de toda la vida, como si yo fuera solo una prima lejana que pasa a saludar. Tenemos mucho en común, nos une un mismo Dios y las ganas de ayudarnos unos a los otros.
Ojala todos fuésemos como Alejandra, Giovanna o Lucas y que nuestro único motor en el corazón sea dar y recibir amor.
Pebble Beach
Alhambra, Los Angeles.
No hay que mentir.
Sigo en San Francisco creando un nuevo libro o quizás ninguno. Sigo escribiendo bitácoras de viajes convencida de que si abriéramos nuestros ojos y corazón, nos daríamos cuenta que nuestra realidad no es la unida verdad. Por eso, eres lo que haces, no lo que dices que vas a hacer. Eres parte de una historia, pero esa historia no define tu futuro.