Llego Marzo, y de la mano del tercer cambio de departamento de Santiago a Viña, partimos a  Calama. Como dato no menor, que solo me importa a mí, este fue mi primer viaje luego de tres eternos años sin frenillos (advertí que era un dato que solo me importaba a mí).

Por primera vez, compre un programa simple en TurisTour y todo resulto impecable. Llegando al Hotel Poblado Kimal comenzamos a recorrer para ambientarnos a la altura y así poder encontrar un pequeño pueblito sin letreros con publicidad, sin calles pavimentadas y sin nada que pudiese ensuciar la esencia de San Pedro. Las casas son de adobe, paja o madera; son solo bienvenidos los materiales que se encuentran en la localidad lo que le da un toque chic a todas las calles, sin mencionar que no hay semáforos que interrumpan la panorámica o cables colgando ensuciando el cielo.

Hicimos casi 60 kilómetros en bici (ida y vuelta) para llegar a la laguna Cejar, lo que trajo de la mano una insolación que nos duró más de una semana y media. La última fotografía se puede ver a un turista común que segundos antes de posar dijo: “Si no floto sin hacer nada, demandare a los dueños” y de ahí nadie lo saco, Manuel no podía creer que era tanta la sal que sin hacer nada flotabas.

Visitas obligadas: Valle de la Luna (5ta. foto), Geyser del Tatio (2da. y 3ra. foto: Si hubiese tenido una chaqueta extra a las dos que me puse, la hubiese usado) y Machuca (4ta. foto) que es como estar en un pueblito en que el tiempo olvido pasar por ahí.